No me gustan los hospitales. Me dan náusea las carcajadas de
tristeza que se cargan. Se me doblega el cuero cabelludo que antes iba
dispuesto a esperar las horas necesarias a que me entregaran la cartilla, los
sellos, la receta. Siento ánimos de cortarle los pies a cada cuarto. Azotar las
camillas y decirle a los pacientes que salgan corriendo. Nada más por exceso de
enfermedad. Las enfermedades son mentales y sociales. Odio los medicamentos. Como si fuesen vitales. Como
si no fuera suficiente la soledad entre camilla y camilla. Como si faltaran
gargantas de cortar. Como si fuesen cuartos de silencios y negro. Siempre
negro. Siempre la falta de luz. El enclaustramiento.
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