sábado, 25 de enero de 2014

Darìo Lemos

Entrevista a Darío Lemos

¿Cómo es la vida suya Darío en esta casa?
-A veces pues me levanto y saludo a todas las personas, y tomo café y vuelo. Sí, yo no siempre estoy en el lugar donde estoy.
¿Y cómo es el lugar donde está a veces?
-Son cosas que llamarían etéreas o no sé qué cosas no. Es que cuando a uno le amputan las piernas le crecen las alas.
Pero no le han amputado las piernas.
-Simplemente es una cosa figurada.
¿Y usted quiere que se las amputen?
-No es de amputar.
¿Usted se quiere morir?
-No tengo nada contra la muerte, pero si mucho contra la vida.
¿Pero no se puede amar la muerte sin amar la vida?
-Es que en síntesis, no se puede amar. Ni la muerte, ni la vida ni el hombre. No se puede amar. Nos está prohibido amar.
-¿Pero usted ha amado a sus amigos?

- Es que yo soy imperfecto.

Niños

Ayer un amigo y poeta hidalguense llamado Venancio Neira Candelaria, nos invitó a mi y a Karloz a la inauguración de la fundación para personas con VIH que él encabeza desde hace poco tiempo. Fuera de lo cotidiano, me sorprendió llegar y encontrarme con un montón de niños. Todos sentados sobre unos tapetes entusiasmados mientras escuchaban los cuentos y canciones de Venancio. Había alrededor de unos 20 peques de entre 4 y 12 años. Todos,  a punto de recibir sus medicinas.
Uno de los chiquitos portaba (como yo) sus pantaloncitos desgastados, y me recordó a mi hermano cuando tenia unos 6 años. Lo que me trajo una tristeza que difícil fue sobrellevar en ese momento. Recordé cuando èl iba en la primaria y teníamos tan poco dinero que vestir no era una de nuestras preocupaciones en la vida. Para comer, yo le preparaba burritos que se comía ya fríos en el recreo. Pensé que pude haber hecho cosas que valieran la alegría y la pena para él cada vez que estábamos juntos en la infancia, y que ahora ya no se puede remediar gran cosa de aquellos años. No teníamos dinero y por eso valoro tantas cosas. Tengo en mente a ese chiquito que mirè en la fundación con tanto que ver conmigo. Como una especie de conexión que me fue inevitable desprender.
Otra de las niñas con las cuales tuve la oportunidad de convivir (y bailar) un poco fue Alondra. No me dijo su edad pero yo calculo unos 8 o 9. Ella tenìa moretes en la piel y yo recordé a mi tío Adán, quien falleció hace un par de años. Murió por VIH. Recuerdo que lo veìa tendido en la cama, enfermo, muy enfermo. Recuerdo a mi mamá llorando su muerte  tanto como duelen esas pérdidas que se atan a nuestras células.
Veo a los niños sonriendo, abrazándome con esa dependencia como dentro de una zona de confort. Con ese cariño y ganas de vivir. Porque ante todo, la incapacidad y la enfermedad está dentro de nosotros más que en ellos o por un diagnóstico. Yo los vi cantando y jugando como juegan los duendes a mitad de un estallido. Yo vi a mi hermano, yo vi a mi tío, yo me vi. Al final del día, por la noche, solté todo el llanto.
¿Quieres que recordemos la vez que incendiamos nuestro corazón? ¿La piedra dentro de nuestras manos sobre las cuales nos rendimos en sueños? ¿Las ocasiones en que escupimos encima de los puentes el coraje hacia la vida? ¿La imperfección de nuestros pasos lloviendo de tristeza? ¿Cuando nos subimos al tren arrastrando el camino de la incertidumbre, tachando nuestros nombres? ¿Cuando, como dijera aquel poeta, cruzamos nuestros propios precipicios hasta cruzar el río sin armas?