Mis amigos de ese entonces eran de corazones incompletos y extrañas
utopías. Sus nombres están escritos en mi acta como cristal-púrpura y nota
musical, ambos tendieron hacia mí una de sus vertebras por completo. Me dijeron
que los espíritus tristes se comprenden al unísono de una canción con la misma
armonía. Ambos buscábamos un algo, ese algo absurdo de tantos. Soñábamos tanto,
que inventamos sátiras sobre nuestro pasado para que no punzara tanto. Soñábamos
tanto, que creímos que el mundo giraba en la punta de nuestros picos. Soñábamos
tanto, que ofendimos a quien estuviera frente a nosotros por el solo hecho de
ser amigos y decirnos tanto, decirnos demasiado con el ardor de los años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario