Llegué tarde. Pensé en mi apuro por
comenzar los talleres al día siguiente. Él me abrió. Me dijo
que hoy no habría reunión, que era un día de fiesta. Al entrar, sentí que los
pies flotaban y que todos estaban en mi contra dentro de su borrachera. Porque he
de decir que él no era el único, sino unas 25 personas más (exagerando). Un
tipo se acercó a mi llorando, contando no sé qué cosas pero traía una lagrima
pegada al hueso. Repentinamente decidió dormirse y lo dejé en un sillón. C, me miró y, con su eterna sonrisa, dijo, ¡hoy no hay reunión! Me abrazó con su
carisma dichoso hasta apretujarme y no me quedó más que sonreír. De ahí,
minutos borrosos. Viene a mi Y, llorando como una amapola exprimiéndose
entre mis brazos. Viste de mago. Sombrero y capa. Llora. Lo acaricio como
atravesada por su dolor. C, corre y lo abraza también. Besa su cara
completa y le dice wachito, wachito (…). Y, solloza que no puede, que ya
no. ¿Ya no qué? Pregunto. Ya no. Su mirada se nubla y se le caen los ojos
nuevamente. Paran sus cascadas y se desnuda rápidamente antes de meterse a
bañar. Como desprendiéndose la tristeza, la suciedad. Veo su cuerpo. Está partido en dos: de la cintura para abajo. La vida nos desprende y uno busca
consuelo. C, yo y 2 chicas hacemos un performance. Danzamos. Nos
divertimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario