En el taller del martes pasado
en la merced, una poeta de 8 años dijo que dedicaría su poemario a su padre que
acababa de fallecer. Guardé un silencio profundo y sentí cómo yo deseaba lo
mismo a su edad.
Luego recordé esta parte del guión de una película infantil muy conocida por
esos tiempos:
"Un niño es capaz de vivir las aventuras más extrañas sin que le
sorprendan lo más mínimo. Puede contar de repente, como el que no quiere la
cosa, que, cuando estaba en el bosque el otro día, se encontró con su padre
muerto, y se puso a jugar con él".
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